El pueblo de Chirimoyos, en la sierra de Concordia, Sinaloa, enfrenta nuevamente el desplazamiento forzado de decenas de familias debido a la violencia derivada del crimen organizado. Este éxodo recuerda el de 2017, cuando muchos habitantes abandonaron la región por las mismas razones. Antonio, uno de los afectados, relata cómo un grupo armado lo amenazó de muerte si no abandonaba su hogar antes del mediodía del 18 de septiembre. La amenaza llegó después de que otras comunidades cercanas, como La Petaca, Santa Lucía, El Palmito y Potrerillos, ya se habían vaciado por enfrentamientos entre grupos criminales desde el 12 de septiembre.
A pesar de contactar a las autoridades y solicitar apoyo, Antonio y su familia no recibieron ayuda a tiempo, lo que los obligó a huir apresuradamente, dejando atrás su hogar, pertenencias y animales. Al final, fueron ocho familias las que huyeron juntas, algunas con la suerte de contar con transporte, mientras que otras dependieron de los dos autobuses públicos que salieron de la sierra, escoltados paradójicamente por el Ejército y la Policía Municipal, que no intervino para detener el desplazamiento o combatir sus causas.
Antonio cuestiona la falta de acción de las fuerzas de seguridad, que, aunque presentes, no actuaron para prevenir la violencia ni el desplazamiento forzado. Señala que, en lugar de proteger a las comunidades, los militares y policías solo acompañaron a los desplazados en su huida.
Las familias desplazadas, que incluyen ancianos, personas discapacitadas, jóvenes y niños, se dirigieron a Mazatlán, un lugar que ha servido como refugio en ocasiones anteriores. Sin embargo, adaptarse a la vida en la ciudad ha sido difícil, especialmente para los más mayores, quienes luchan con el clima y las nuevas condiciones de vida, durmiendo en el suelo y enfrentando la incertidumbre de su situación. A pesar de todo, Antonio encuentra consuelo en el hecho de que, aunque incómodo, en Mazatlán al menos se siente más seguro que en su pueblo, donde vivir bajo la amenaza constante era insoportable.
Este desplazamiento, que deja a muchas familias sin hogar ni recursos, es solo otro ejemplo del impacto devastador que la violencia sigue teniendo en las zonas rurales de México.
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